"Soy el granero de la
casita de I Becchi. Nací pequeño y humilde; siempre dispuesto a ofrecer lo
mejor de mí mismo. Estaba formado por tres compartimentos. El más grande para
las mazorcas de maíz; los otros dos, para el trigo y la cebada.
Los graneros aprendemos desde
pequeños la única lección que guía nuestra existencia: dar y recibir. Hacia el
final del verano recogemos en nuestro interior el milagro de la cosecha.
Durante el invierno ofrecemos el grano, anticipo de hogazas compartidas.
Siempre cumplí mi misión...
hasta que sobrevinieron aquellos años de terrible escasez, "el tiempo del
gran miedo". Todas las cosechas se malograron a causa de unos inviernos de
fuertes heladas y unos veranos de atroces sequías.
Mis reservas disminuían. Al
principio tan solo lo notó Mamá Margarita. Su preocupación se transformó en
temor. Hacía pocos meses que había quedado viuda. La responsabilidad le
abrumaba. Cuando comprobó que no quedaba ni trigo, ni cebada, ni maíz, su miedo
se convirtió en angustia... ¿Cómo alimentar a sus pequeños y a la abuela?
Mi fortaleza se debilitó.
Temblaba al escuchar historias de gentes muertas de hambre por los caminos.
Aunque me esforcé por ser un
granero responsable, un día Mamá Margarita tuvo que barrer mi rugoso suelo para
hacer acopio del último puñado de trigo. Decepcionado de mí mismo, desee mi
final. Un granero vacío no merece vivir. Perdí la noción del tiempo. Los
sonidos se tornaron lejanos. Mi último recuerdo fueron las voces de Antonio,
José y Juan, los hijos de Mamá Margarita, que suplicaban un poco de pan entre
sollozos. Luego, el silencio oscuro del hambre.
No sé cuánto tiempo transcurrió
hasta que regresé a la luz. Al principio creí que el milagro se debía a los
cuatro sacos de trigo que, comprados por Mamá Margarita a precio de oro,
llenaban nuevamente mis paredes vacías. Pero lo que realmente me devolvió a la
vida fueron las palabras que Mamá Margarita repitió a sus hijos como una oración:
"Vuestro padre me dijo antes de morir que confiara en Dios, que rezara y
tuviera coraje. En casos extremos, remedios extremos".
Han pasado muchos años. Aunque
sigo siendo un humilde granero, aquella frase todavía resuena en mí. Y es que
Juan Bosco, ahora sacerdote, se la repite cada otoño a los chicos pobres de
Turín que trae de excursión a I Becchi. Ambos aprendimos de Mamá Margarita que la fe en Dios, la valentía y el trabajo
incansable renuevan diariamente el
milagro de un granero lleno de pan para los hijos. El mismo prodigio que
Don Bosco repite cada día para los chicos pobres de Turín que acoge en su
oratorio."
Las
cosas de Don Bosco. CCS
José Joaquín Gómez
Palacios
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